Vie. Feb 14th, 2025

Seguimos explorando el rico trasfondo del juego de alta fantasía de Games Workshop. En Age of Sigmar la historia transcurre entre conspiraciones y épicas batallas de ejércitos a lo largo y ancho de los Reinos Mortales. Las facciones satisfacer a sus dioses deseosos de poder, almas o simplemente calmar su aburrimiento. Tras la caída de Nagash frente al Caos y sin una alianza los pueblos se ven solos frente a las hordas del Caos.

La Guerra del Nexo

La estrategia maestra de Archaon para dominar los Reinos Mortales se centró en conquistar el nexo interdimensional conocido como Todaspartes. Este lugar, situado fuera del espacio y tiempo de los reinos, conectaba a cada uno de ellos mediante portales únicos: las Omnipuertas. En torno a estos portales se erigían poderosas fortalezas y ciudades estratégicas, ya que controlarlos garantizaba acceso estable entre los Ocho Reinos. Así dieron comienzo las Guerras del Nexo, y el destino de los Reinos Mortales pendió de un hilo mientras el conflicto se desataba.

Con astucia y precisión, Archaon lanzó ofensivas sincronizadas contra las Omnipuertas de todos los reinos, empleando grandes números de tropas y ataques sorpresa para abrumar a las defensas. Cada reino se convirtió en un campo de batalla sangriento, con las fuerzas del Caos rompiendo murallas y sembrando el terror. Los aliados de Sigmar respondieron con todo su poder, enfrentándose a un enemigo implacable.

La traición de Nagash

El desenlace de las Guerras del Nexo se decidió en Shyish, el Reino de la Muerte. Archaon envió un vasto ejército para tomar el Arco de Shyish, la Omnipuerta que conectaba este reino con Todaspartes. Sigmar, decidido a impedirlo, desplegó una inmensa hueste desde Azyr, uniendo sus fuerzas a las de Nagash en un esfuerzo desesperado por detener al Señor del Fin de los Tiempos.

Sin embargo, en medio de la batalla, las fuerzas de Nagash traicionaron inesperadamente a los ejércitos de Sigmar, atacándolos por sorpresa. Según otras versiones, el Gran Nigromante nunca llegó a enviar refuerzos, dejando a los seguidores de Sigmar vulnerables a una devastadora derrota.

En cualquier caso, esta traición rompió el frágil equilibrio de la alianza. Lleno de furia, Sigmar abandonó la diplomacia que había cultivado como Dios-Rey y volvió a ser el dios guerrero bárbaro de antaño. Su paciencia se había agotado. Incapaz de contener su ira, Sigmar desvió su atención del portal, permitiendo que las fuerzas del Caos lo capturaran, y se lanzó en una cruzada personal para buscar y castigar a Nagash.

La guerra entre el Cielo y el Inframundo

Lo que siguió se conoció como La Guerra entre el Cielo y el Inframundo. Sigmar recorrió Shyish desafiando al Gran Nigromante en cada rincón del reino. Frente a las puertas de los inframundos, clamaba que Nagash era un cobarde y un traidor. Los mensajeros enviados por el autoproclamado Dios de la Muerte fueron destruidos antes de entregar sus palabras, y los ejércitos levantados para detenerlo no pudieron resistir la cólera divina de Sigmar.

Mientras tanto, el caos reinaba en los demás reinos. Las civilizaciones caían bajo el embate de las legiones ruinosas, mientras sus habitantes clamaban en vano por la protección de su dios. Absorbido por su vendetta, Sigmar ignoró estas súplicas.

Fue en esta etapa de la guerra cuando Sigmar, sin querer, liberó a Ushoran, el Rey Carroñero. Antaño conocido como Ushoran el Bello, este vampiro había sido castigado y deformado por Nagash hasta perder la cordura. Una vez libre, Ushoran desató su locura en Shyish, dando origen a las dementes Cortes Comecarnes que infectaron el reino con su oscura y macabra visión de la realidad.

La derrota de los Mortarcas

A pesar de su furia y numerosas victorias, Sigmar nunca logró capturar a Nagash. En dos ocasiones lo arrinconó, enfrentándose al Gran Nigromante en duelos titánicos, pero ambas veces Nagash escapó valiéndose de su magia oscura. Sin embargo, Sigmar logró derrotar a uno de sus Mortarcas, Katakros, en un duelo junto al Lago Lethis. Aunque vencido, el espíritu de Katakros sobrevivió, y Sigmar ordenó que fuera confinado en una Criptormenta para evitar su regreso.

Finalmente, el tiempo y las noticias de otros reinos asediados comenzaron a calmar la ira de Sigmar. Recordó la gravedad de la situación reconociendo que su venganza debía esperar. Sigmar abandonó Shyish y regresó para liderar a sus ejércitos en la lucha contra el Caos, intentando rescatar lo que quedaba de las civilizaciones que había jurado proteger.

La Batalla de los Cielos Ardientes

Esta batalla decisiva tuvo lugar en el Reino de Aqshy, cerca del Brimfire Gate, el portal que conectaba el ardiente Reino de Fuego con el nexo interdimensional de Todaspartes. Archaon, con su astucia y habilidad táctica, había logrado unir las fuerzas dispares de los dioses del Caos en una alianza sin precedentes. Con el poder combinado de Khorne, Tzeentch, Nurgle, Slaanesh y la Gran Rata Cornuda, su objetivo era claro: tomar el control de las Omnipuertas y consolidar su dominio sobre los Reinos Mortales. En Aqshy, el Brimfire Gate se convirtió en el epicentro de este conflicto, ya que su conquista aseguraría una ruta estable y estratégica para invadir otros reinos.

Del lado opuesto, Sigmar reunió un ejército heterogéneo compuesto por los guerreros más valientes y desesperados de los Reinos Mortales. Con él marcharonHumanos, Aelves, Duardin y Orruks ansiosos por el combate. Incluso Nagash, envió pequeños contingentes de muertos vivientes. Sin embargo el liderazgo de Sigmar pendía de un hilo.

Cuando las fuerzas de Archaon llegaron al Brimfire Gate, los cielos se encendieron con los destellos de la magia oscura y el fuego abrasador de Aqshy. Los hechiceros del Caos abrieron un portal al Reino del Caos, y legiones de demonios comenzaron a fluir a través de él. En respuesta, Sigmar lideró a sus ejércitos en una serie de feroces cargas, cada una más desesperada que la anterior.

Durante la batalla, Sigmar demostró su habilidad y poder al enfrentarse personalmente a los cuatro Tetrarcas de la Ruina, los líderes demoníacos de las huestes del Caos. Uno por uno, los abatió con el martillo Ghal Maraz, incapaces de coordinarse debido a su orgullo y desdén mutuo. Sin embargo, mientras la lucha avanzaba, el propio Archaon emergió para enfrentarse al Dios-Rey.

La trampa de Archaon

Archaon, con la espada Matarreyes en mano, representaba una amenaza sin igual. Sigmar, consciente de que esta arma podía matarlo, buscó acabar con su enemigo a la distancia, lanzando a Ghal Maraz contra él. Sin embargo, el Elegido Eterno, con la ayuda de Tzeentch, empleó una ilusión para desviar el ataque. El martillo divino no alcanzó a Archaon, sino que atravesó la grieta al Reino del Caos creada por los hechiceros.

El impacto de Ghal Maraz en el portal desató una explosión de energía mágica que resonó por todos los Reinos Mortales, provocando fallas en la realidad misma. El martillo continuó viajando a través del vacío aetérico hasta quedar atrapado en el lejano Anvrok, en el Reino de Chamon, lejos del alcance de Sigmar. Este evento debilitó enormemente al Dios-Rey, dejándolo sin su arma más poderosa en un momento crítico. Privado de Ghal Maraz, el liderazgo de Sigmar flaqueó, y sus aliados comenzaron a perder la esperanza. Archaon, regocijándose en su victoria táctica, redobló sus ataques. Las fuerzas de Sigmar, aunque valientes, fueron diezmadas, y el Brimfire Gate cayó finalmente bajo el control del Caos. Con Todaspartes asegurada, Archaon logró establecer una supremacía casi total sobre los Reinos Mortales. Sigmar, derrotado y humillado, se vio obligado a retirarse a Azyr, el Reino Celestial, cerrando sus puertas tras él para proteger el último bastión de la luz. La Batalla de los Cielos Ardientes marcó un punto de inflexión en la Era del Caos, consolidando el dominio de Archaon y los Dioses Oscuros sobre los Reinos Mortales y sumiéndolos en una época de desesperación y oscuridad.

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