
Continuamos con el repaso del trasfondo del principal juego de fantasía entre los wargames. Dejamos los hechos en la lucha por los portales tras el regreso de las fuerzas de Azyr encabezados por los Stormcast Eternals. Tras las primeras ofensivas llegaba el momento de establecer cabezas de playa en los Reinos Mortales.
La Construcción de las Fortormentas
Durante los largos años de guerra, las huestes de Azyr fortificaron cada Portal del Reino conquistado por los Stormcast Eternals con todos los recursos a su disposición. Para sostener sus guarniciones y afianzar su dominio sobre estos enclaves, en el corazón de cada uno de ellos se erigieron las imponentes Fortormentas. Alrededor de estas ciudadelas, las defensas improvisadas fueron transformándose en bastiones impenetrables, con nuevas murallas e instalaciones que, con el tiempo, acogieron a refugiados de Azyr y supervivientes de los Reinos Mortales, dando inicio a una nueva era de resistencia y esperanza.
La lucha por las Omnipuertas
Las Guerras por los Portales culminaron en una empresa titánica: el asalto a las Omnipuertas, las fortalezas que protegían los pasos hacia Ochopartes. Cada una de ellas era una ciudadela inconmensurable, casi inexpugnable, pero Sigmar, en su determinación por aislar los dominios de Archaon, ordenó un ataque simultáneo sobre todas ellas.
El fragor de la batalla resonó en los Reinos Mortales, y su desenlace fue tan desigual como las tierras en que se libró:
En Shyish, Nagash prometió su apoyo para tomar la Omnipuerta de Gothizzar, pero su traición quedó al descubierto cuando sus legiones no aparecieron. Los Stormcast, abandonados, lucharon hasta el último aliento en un asedio condenado al fracaso. En Chamon, la victoria estuvo al alcance de la mano, pero la intervención personal de Archaon y su temida Varanguard aplastó la ofensiva sigmarita. La Omnipuerta del Portal Mercurial resistió, y la derrota fue inapelable. En Ghyran, la renacida Alarielle tomó su forma guerrera y selló una alianza con Sigmar. Juntos, Stormcast y Sylvaneth, liderados por el Celestant-Prime y la propia Alarielle, aplastaron a los Glottkin y clausuraron el Portal Génesis.
En Hysh y Ulgu, las fuerzas de Sigmar lograron lanzar su asalto, pero lo que encontraron allí fue tan insondable que ningún superviviente pudo relatarlo. Ambos portales continuaron bajo el yugo de Archaon. Puertasfauces, el portal atrapado en la garganta del colosal gusano Fangathrak, fue escenario de un cataclismo inesperado. Cuando los Stormcast llegaron al campo de batalla, hallaron a los guerreros del Caos enzarzados en un brutal enfrentamiento contra los Ironjawz. En medio de la masacre, Gordrakk, el Rey Puñoduro, lanzó un rugido tan feroz que Fangathrak se sacudió con una fuerza devastadora, hundiéndose bajo tierra y destruyendo la fortaleza del portal. Nadie sobreviviría a la furia desatada aquel día. En Aqshy, el Portal Brimfire era el objetivo más codiciado por Sigmar, pues su caída debilitaría a Archaon y a Khorne. En la colosal Batalla de los Cielos Ardientes, los Stormcast y sus aliados Fyreslayers se enfrentaron a las legiones del Caos, con Skarbrand y la Bestia Divina Ignax desatando su ira. Tras un enfrentamiento épico, la victoria fue sigmarita, y el Portal Brimfire cayó bajo su control.
Pese a la magnitud de la ofensiva, solo dos de los siete portales asediados fueron conquistados: los de Aqshy y Ghyran. Aunque el asedio no logró sus objetivos finales, las fuerzas de Sigmar consolidaron su presencia en los Reinos Mortales y las Guerras por los Portales llegaron a su fin. A partir de ese día, la reconquista de los Reinos seguiría su curso, y el destino de la Era de Sigmar continuaría forjándose en la fragua de la guerra.
La Expansión de la Alianza del Orden
Tras las Guerras por los Portales, las fuerzas de Sigmar aprovecharon la oportunidad brindada por la campaña en Ochopartes para consolidar su dominio y reforzar sus posiciones. Sin embargo, la guerra no cesó. Desde Azyr, nuevas ofensivas fueron lanzadas en un intento de expandir los territorios liberados, mientras los conflictos con las fuerzas del Caos, la Muerte y la Destrucción continuaban de manera intermitente. A pesar de este estado de asedio perpetuo, el periodo marcó un tiempo de crecimiento: fortificaciones se convirtieron en ciudades, rutas de comercio se tejieron a través de los Reinos Mortales, y la civilización renació de entre las cenizas. Aqshy y Ghyran, asegurados tras la caída de sus Omnipuertas, se alzaron como los corazones de esta nueva era de esplendor.
De Fortormentas a Ciudades Libres
Las Fortormentas, originalmente bastiones militares construidos en torno a los Portales del Reino conquistados, crecieron hasta convertirse en grandiosas maravillas arquitectónicas y tecnológicas. Cada una de ellas reflejaba las condiciones únicas de su entorno, adaptándose a la escasez de recursos o a la hostilidad del territorio. A medida que la necesidad de comercio y sustento aumentaba, estos asentamientos se transformaron en ciudades vibrantes, cuya población no dejaba de aumentar. En algunos casos, su crecimiento fue tan vasto que terminaron eclipsando sus Fortormentas originales, dando origen a las primeras Ciudades Libres. Con el tiempo, nuevos enclaves nacieron por iniciativa propia, forjando una vasta red de ciudades interconectadas que prosperaban mediante el comercio y la colaboración.
Los Kharadron Overlords, que durante la Era del Caos habían permanecido neutrales y aislados en sus ciudades flotantes, comenzaron a abrir sus puertos a la expansión sigmarita. Su estricta adhesión al Código Kharadron les había impedido apoyar la guerra de liberación, pero la aparición de las Ciudades Libres les presentó una oportunidad inigualable. En poco tiempo, sus flotas mercantes surcaban los cielos con total libertad, estableciendo lucrativos acuerdos comerciales con los mortales de los Reinos. Como resultado, grandes puertos aéreos fueron erigidos en las principales Ciudades Libres, consolidando la prosperidad y el poderío de ambas civilizaciones.
El Descenso de las Flotas
Para los Seraphon, una nueva fase del Gran Plan había comenzado. Flotas-Templo enteras descendieron de los cielos, asentándose en los Reinos Mortales y estableciendo majestuosas Ciudades-Templo. Muchas de estas fortalezas celestiales se ubicaron sobre los nodos de la Astromatriz Arcana, reforzando el control de los Seraphon sobre estas ubicaciones de poder. Con el tiempo, los Seraphon que residían en estas Ciudades-Templo comenzaron a fusionarse con las energías del reino que habitaban, convirtiéndose en los llamados Materializados.
Al mismo tiempo, los Eslizones de los Colmillos de Sotek encontraron su lugar en las Ciudades Libres, integrándose como artesanos, escribas y lectores de portentos. Su habilidad para interpretar los signos del destino les otorgó una gran reputación, pero su verdadero propósito era otro: actuar como espías y recolectores de información para la mente maestra tras la Constelación, el Slann Zectoka. Gracias a su labor, los Seraphon se aseguraban de que estos enclaves no solo sobrevivieran, sino que se fortalecieran como un muro infranqueable contra el Caos.
Las Semillas de la Esperanza
En Ghyran, Alarielle reconoció el valor de los asentamientos mortales en su lucha contra la corrupción de Nurgle y permitió su establecimiento en el reino de la vida. Tres de estas ciudades crecieron rápida y poderosamente, convirtiéndose en las legendarias Semillas de la Esperanza. Su supervivencia fue puesta a prueba durante la feroz Temporada de Guerra, un período de constantes asedios y embates por parte de sus enemigos. Sin embargo, en lugar de sucumbir, estas urbes emergieron más fuertes y resilientes que nunca.
La Ciudad Viviente, la primera de estas ciudades, fue creada por la propia magia de Alarielle sobre un territorio antaño profanado por los Skaven del Clan Pestilens. Durante catorce días y sus noches, la Reina Eterna entonó un canto mágico que dio vida a una fortaleza imponente. Sus habitantes juraron proteger sus bosques sagrados, convirtiéndose en guardianes de los dominios de la diosa de la vida.
La Fortaleza Aguagrís, construida en los pantanos cercanos al Portal Festemere, floreció gracias a la determinación de sus defensores y al genio del arquitecto Valius Maliti. Sin embargo, su incesante expansión provocó conflictos con los seguidores de Alarielle, quienes veían con horror cómo los recursos naturales eran devorados por la industria. Durante la Temporada de Guerra, su resistencia fue tan feroz que los alrededores de la ciudad quedaron devastados, habitados solo por espíritus vengativos.
Phoenicium, la última de las Semillas, resurgió de una catástrofe antigua. Siglos atrás, una ola de savia mística la había engullido, preservándola hasta que los Aelves del Templo Fénix la redescubrieron. Con la ayuda de sus majestuosos fénix, lograron disipar la resina, dejando atrás una urbe envuelta en una bruma dorada que petrificaba a sus enemigos. Pronto, la ciudad se convirtió en un centro de poder de los Pueblos Libres en Ghyran.
Hammerhal: La Ciudad de las Dos Colas
Entre todas las Ciudades Libres, ninguna alcanzó la magnitud y la grandeza de Hammerhal. Construida a ambos lados del Portal Stormrift, conectando Aqshy y Ghyran, la ciudad fue concebida como un solo organismo viviente.
En Hammerhal Aqsha, en el ardiente reino del fuego, las enormes baterías de cañones y bastiones militares se alzaban como un baluarte indomable.
En Hammerhal Ghyra, enclavada en el Reino de la Vida, la ciudad florecía bajo la protección de los Aelves, transformándose en un centro de cultura y espiritualidad.
Para contener la exuberancia de Ghyran, un río de lava fue canalizado desde Aqshy, mientras un constante flujo de agua y recursos cruzaba en dirección opuesta, permitiendo que Hammerhal se convirtiera en la joya de las Ciudades Libres. Más que una metópolis, era la encarnación del sueño de Sigmar, la capital espiritual del Orden en los Reinos Mortales.